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domingo, 27 de octubre de 2013

JUEGO PELIGROSO

¿Ciencia ficción?





EL SOLDADO INVOLUNTARIO
  
Sobre el fondo violeta del atardecer se balanceaba el cartel colgado a la entrada del campamento. Grandes letras rojas, de un rojo intencionadamente parecido al de la sangre, proclamaban: “Para un soldado la duda es la muerte”.
Por eso, porque no quería tener ni un instante de vacilación, de duda, recorrió el almacén buscando las armas más adecuadas. Escogió un fusil ametrallador KAR15, una pistola Desert eagle del calibre .45, cinco granadas de fragmentación, un puñal y munición suficiente para acabar con cincuenta hombres. Se ajustó la mochila a la espalda: con las armas y los víveres pesaba casi treinta kilos.

El enemigo se había acercado peligrosamente. Los batidores habían informado de sus movimientos y el mando había sospechado que intentaban instalar un campamento a pocos kilómetros,  probablemente hacia el Noroeste. Tal proximidad suponía una amenaza muy seria para su propia posición. Había que llegar hasta ellos y destruir sus instalaciones, fueran las que fueran. Y le habían elegido a él.

No recordaba cómo había llegado hasta allí, hasta aquel presente en el que, con el uniforme de camuflaje y armado hasta los dientes, se disponía a  abandonar el campamento en medio de la noche. Su pasado, todo lo que le hubiera podido suceder hasta aquel momento, se le ocultaba entre las nieblas de una confusión que no conseguía disipar por mucho que pensara. No podía recordar si, por ejemplo, había tenido una familia, había estudiado en la Universidad o había ejercido alguna profesión. No podía recordar si alguna vez había estado enfermo o enamorado. En todo caso, cualquiera que hubiera sido su vida anterior, aquello era distinto. Aquello era otra forma de vivir, de enfrentarse al mundo: o matabas o morías, sí, pero era un pulso fascinante, una manera de probar las propias fuerzas, un apasionante reto al destino.


Sobre las copas de los árboles el cielo nocturno tenía un brillante color azul oscuro en el que apenas se distinguían las estrellas. Acababa de dejar atrás los restos aún humeantes de una pequeña casa, una construcción de piedra y madera que había ardido dejando media docena de cadáveres carbonizados. Eran enemigos, pudo distinguir algún resto de sus uniformes azules. Quizá los batidores los habían sorprendido. Registró los cadáveres y se quedó con un fusil de asalto y con la munición.
Se detuvo un instante, se apoyó en el tronco de un árbol y notó las huellas de la fatiga. Había perdido la noción del tiempo que llevaba avanzando por el bosque, sorteando obstáculos, ocultándose constantemente, esquivando a los espías enemigos. Era mucha tensión durante mucho tiempo y eso, a pesar del entrenamiento, hacía mella en los músculos, en los ojos, en el cerebro. Calculó que estaba muy cerca del objetivo y deseó llegar cuanto antes y cumplir con éxito su misión. Solo entonces podría retirarse a descansar.

El soldado enemigo se materializó delante de él, como llovido del cielo, con un alarido casi animal y el cañón del arma brillándole entre las manos. No dudó pero, una décima de segundo antes de que su mano alcanzara el fusil, vio el resplandor de los disparos, sintió el impacto en el pecho y escuchó su propio grito, mezcla de dolor y de rabia. Cayó hacia atrás, vencido por el peso de la mochila. Antes de que se le cerraran los ojos alcanzó a ver, en la cúpula celeste, una frase escrita con grandes letras amarillas: “Game over”.




3 comentarios:

  1. Un juego de guerra sin duda emocionante, como todo lo que escribes. Un abrazo.

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    1. Gracias, Josep. Es un relato de los tiempos en que mi musa se portaba.
      :-)
      Un abrazo.

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  2. ¿Cuando empieza y termina un juego? En otra época, hubiese bastado un palo de escoba para simular una espada o una metralleta. Ahora lo virtual y lo real se confunden.
    Un abrazo de paz.

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