¿Nunca habéis deseado que un canalla recibiera su merecido dándole una buena dosis de su propia medicina?
Pues eso.
EN SU PIEL
—Tengo
algo especial para ti —dijo Leo con un brillo maligno en los ojos.
Arturo
apenas levantó las cejas. No acababa de fiarse de Leo pero, a pesar del recelo,
cogió la copa que acababan de servirle y le siguió hasta el reservado del
fondo, el que quedaba al lado de la salida de emergencia. Leo apartó la cortina
y se hizo a un lado para que viera lo que le había anunciado.
La
mujer estaba sentada en un rincón del sofá corrido. Había cruzado las piernas y
refugiaba las manos entre los muslos; la cabeza le caía sobre el hombro derecho,
que parecía estar en tensión, como si quisiera impedir que resbalara el tirante
del vestido. Tenía la piel muy blanca y los ojos cerrados.
—Vamos,
Halina —la zarandeó Leo con voz áspera—, tienes trabajo.
Dos
faros verdes se abrieron en la penumbra del reservado, miraron a Leo y, sin
cambiar de expresión, se fijaron en Arturo.
—La han
traído esta mañana, directamente desde la pensión de Grigori —informó Leo. Con
gesto de amable anfitrión, invitó a Arturo a sentarse junto a la mujer mientras
él rodeaba la mesa y se sentaba en el lado contrario —Lo más fresco del
mercado, no tendrás queja.
Arturo
recorrió el cuerpo de la mujer con mirada de experto tasador. Estaba flaca pero
aún tenía carne en los lugares en los que hay que tenerla y su delgadez no
había afectado demasiado al volumen de sus pechos.
—¿Habla
español? —preguntó sin detener el examen.
—Ni una
palabra. Pero a ti qué más te da. Para lo que tú quieres no hace falta hablar.
—Tú lo
has dicho: lo que yo quiero. ¿Hará lo que yo quiero?
—Claro
—afirmó Leo. Cogió el brazo de la mujer, lo estiró y le mostró a Arturo las
marcas de los pinchazos —, lo que tú quieras. Todo lo que tú quieras.
Intentó
no hacer ruido al entrar en casa y se desvistió a oscuras en el cuarto de baño.
Se metió en la cama con sigilo y, en la oscuridad, sonrió satisfecho al
recordar el cuerpo desnudo de la mujer, su fragilidad casi infantil y la
sumisión absoluta que había mostrado. Se había quejado pero en ningún momento
le había desobedecido.
—Hueles
a puta —dijo la voz hastiada de su mujer desde el otro lado de la cama.
Y eso
fue lo último que oyó antes de quedarse dormido.
Despertó
sin abrir los ojos. Lo primero que quiso recordar fue lo sucedido la víspera en
el local de Leo, rememorar aquellas horas para vivir de nuevo el placer que
había sentido sometiendo a la mujer delgada de ojos verdes, fijar en la memoria
la imagen de su cuerpo vencido, de su mirada suplicante, pero un frío intenso,
paralizante, que le subía por las piernas y le contraía las tripas, le impidió
seguir con ese pensamiento. Hizo el gesto de taparse el cuello con la manta
pero su mano no encontró nada que asir para cubrirse, por el contrario, al
llegar al hombro, tropezó con una estrecha tira de tela. La tocó, desconcertado,
y debajo de ella encontró una clavícula apenas cubierta por la piel y un cuello
fibroso en el que se marcaban los músculos. Comprendió que tenía las piernas
desnudas y, casi al mismo tiempo, notó en los brazos un roce carnoso junto a
las costillas y echó en falta la respiración de su mujer al otro lado de la
almohada. El pánico empezó entonces, cuando comprendió lo que significaban las
piernas desnudas, el frío en las tripas y el tirante del vestido en el hombro, una
décima de segundo antes de oír el ruido de la cortina, de abrir los ojos y ver
a los dos hombres al contraluz, antes de notar cómo Leo la agarraba del brazo,
la zarandeaba y decía:
—Vamos,
Halina, tienes trabajo.
Justicia... ;)
ResponderEliminarBesos, reina.
Qué a gusto me quedo cuando escribo cosas así, MariFabre. ¿A ti no te pasa?
EliminarUn abrazo, reina de picas.
Vivir la humillación que se ha infligido es una forma de redención... y de justa venganza. Un gran relato.
ResponderEliminarRedención... no sé. Si yo fuera Dios creo que no permitiría redimir ciertos pecados. Tampoco venganza, solo justicia.
EliminarUf... creo que sería un Dios muy Rottenmeyer.
:-)
Gracias, Josep, un abrazo.
Es agradable pensar que tal vez exista la justicia, no la venganza, que puede dejarte un sabor amargo.
ResponderEliminarUn abrazo vichita.
Me consuela un poco hacer esta justicia a mi manera.
EliminarEs la única para la que tengo poder.
Un abrazo, Rosa preciosa, y gracias.
Tremendo relato, Fefa. Sí, muchas veces he sentido esa necesidad a la que aludes al principio.
ResponderEliminarUn beso.
Gracias, Ana, es un honor verte por aquí.
Eliminar(Reverencia, reverencia, reverencia..)
Pasa y ponte cómoda, estás en tu caja.
Un abrazo.