THE BRIGHT SIDE OF THE ROAD
Le habría gustado olvidar todo lo sucedido, sobre
todo lo ocurrido después de la fiesta, pero era evidente que nunca podría
hacerlo.
Una noche más, en medio de esa oscuridad incierta
que precede al alba, recorre la senda de grava que lleva a la salida de la
finca de su hermano y a la carretera comarcal. En los dos segundos que se demora
antes de girar a la derecha para enfilar el camino de vuelta a casa, a la
ciudad, vuelven las imágenes, perfectamente ordenadas, a velocidad de vértigo.
Allí estaban su hermano y su cuñada, perfectos
anfitriones de sonrisa falsa, recibiendo a sus invitados, los socios de la
empresa, los políticos del ramo… y también estaba ella, de pie en el grupo de
los banqueros y periodistas amigos,
bebiendo champán a pequeños sorbos, hermosa como una deidad pagana. Con una
excusa banal, abandonó a Alicia en un corrillo de esposas y se dedicó a averiguar,
disimulando su interés, quién era ella y qué hacía allí, y luego a seguirla de
lejos durante casi toda la velada, hasta que consiguió que ella le viera, se
fijara en él y le dedicara una sonrisa que le derritió la espina dorsal. “Cuando
quieras nos vamos”, le había dicho Alicia en un momento entre las tres y las
cuatro de la madrugada. “¿Qué prisa tienes?”, había contestado él mientras
cogía al vuelo una copa de una bandeja que pasaba a su lado. “¿Cuántas
llevas?”. “No te pongas pesada, ésta es la última”. Pero hubo tres últimas
copas más antes de lograr un breve acercamiento a la diosa, de averiguar su
nombre y de conseguir algo que podría parecerse a una promesa de cita. Cuando
se sentó al volante, una euforia desconocida le tensaba los nervios.
Condujo rápido a través de la oscuridad, solo los
conos de luz de los faros iluminaban brevemente la carretera que desaparecía
bajo el coche a toda velocidad. La emoción de ver las curvas apenas un segundo
antes de llegar a ellas le aceleraba el corazón y le acercaba al éxtasis.
Alicia aguantó la primera media hora pero el amanecer agotó su resistencia.
“Como sigas conduciendo así nos vamos a matar”. “No digas tonterías, he hecho
mil veces esta ruta, podría conducir con los ojos cerrados”.
Pero no los cerró y, a la salida de una curva, la
luz del sol naciente le dio de lleno en los ojos y le impidió ver el trazado. Se
estrellaron contra el trozo de pared
montañosa mejor iluminado, el rostro ensangrentado de Alicia le miraba desde el
asiento del copiloto.
Y una noche más, como todas las noches desde
entonces, sube al coche, sale de la finca de su hermano y conduce a toda
velocidad por la carretera que baja de la montaña. No vuelve la cabeza pero
sabe que, desde el asiento de al lado, Alicia le mira con el rostro
ensangrentado, no deja de mirarle en todo el trayecto, hasta que se salen de la
curva y se estrellan contra la pared de la montaña, en el lado iluminado de la
carretera.
Pobre Alicia, víctima inocente, daño colateral de una pasión ajena. A Van Morrison le encantaría ver cómo el título de su canción ha acabado dando pie a una narración tan turbadora.
ResponderEliminarGracias, Josep.
ResponderEliminarQuise hacer un relato inquietante y parece que lo he conseguido...
Gracias otra vez.
Un abrazo.
Cuánto tiempo sin venir, se me acumula el trabajo. Me alegra haber empezado por aquí. Recuerdo perfectamente este lado iluminado de la carretera. Me gustó mucho entonces; me encanta ahora. El reposo le ha venido bien.
ResponderEliminarUn beso.
Cómo me anima eso que dices del reposo.
EliminarGracias, guapísima, por todo.
Un abrazo enorme.
Un brillante relato de corto recorrido con las palabras precisas para que la lectura deje un sabor menos amargo del que cabría esperar.
ResponderEliminarBesos.
Gracias, Rosa preciosa, qué generosa eres conmigo.
EliminarUn beso.