¿No os habéis preguntado nunca qué piensan de nosotros?
LA VIDA SECRETA DE LAS MASCOTAS
Hoy se ha
ido más temprano que de costumbre. Como todos los días, he salido a despedirla
hasta la puerta y he gruñido (discretamente, eso sí, sin enseñar los colmillos)
pero lo bastante alto como para que mi disgusto no le pasara desapercibido.
Ella, como todos los días, se ha vuelto y se ha agachado para acariciarme el
cuello.
—Vengo
enseguida, Sultán.
Sensu
stricto, no tendría motivos para quejarme porque no me quedo solo, Cecilia está
en casa toda la mañana y no se va hasta después de comer, cuando ella ya ha
regresado, pero me puede esa vieja costumbre de mostrarle el desagrado que me
produce su marcha.
Nos ha
costado algún tiempo pero, poco a poco, hemos conseguido acomodarnos el uno al
otro. Parte de la culpa es suya porque, durante los primeros años, me dejó en
manos de los niños y no me hacía apenas caso. Eso me producía un desasosiego
que mi carácter, un tanto bronco, no se molestaba en ocultar y que manifestaba
en cuanto tenía ocasión en forma de gruñidos más o menos potentes o de ataques
a los desconocidos. Pero conforme los niños se fueron haciendo mayores, no tuvo
más remedio que asumir algunas tareas y eso me permitió empezar a enseñarle
cosas. Afortunadamente, es bastante lista y aprendió enseguida.
De lo
primero que se dio cuenta fue de que yo necesito un amo. A partir de ahí, todo
resultó más fácil entre nosotros.
Apenas le
llevó unos días averiguar que, para conseguir mi obediencia, no tenía que hacer
más que mirarme fijamente y darme una orden. Al cuarto paseo ya sabía cómo
hacerme caminar a su lado, y eso que yo, como buen macho, me dejo arrastrar con
mucha facilidad por el olor de las meadas de mis congéneres, es algo superior a
mis fuerzas. A veces me hago el tonto y actúo como si no la oyera, sobre todo
cuando doy con el rastro de Tasca, esa hembrita dorada que vive en la plaza del
quiosco y que me tiene loco. Entonces tiro de la correa y la arrastro por todos
los árboles del paseo hasta que agoto su paciencia y me detiene con un enérgico
“¡Sultán, aquí!”
También
le he enseñado a mantenerme quieto mientras ella recoge el producto final de
mis digestiones en una bolsa de plástico negra que apesta a perfume barato. En
esas ocasiones suele mirarme con ojos asesinos y decirme con voz ronca “¡Quieto
ahí!”. Y para que me deje cepillar ya sabe que tiene que darme, cada tanto, un
trozo de esas barritas de carne que le regala el veterinario y que me saben a
gloria.
Son cosas
sencillas pero hay que tener las ideas claras para hacerlas bien.
Podría
decirse que nuestra relación ha quedado establecida definitivamente. Ella es el
ama y el resto de los miembros de la familia son mi manada. Yo cuido de todos
pero, ante todo, la obedezco a ella. Por muchos arrumacos que les haga a los
niños para pedirles que me saquen de paseo, por muchas fiestas que le haga al
amo cuando vuelve a casa, ella es la que manda. Duermo a sus pies y me gusta
tumbarme a su lado cuando se sienta al ordenador.
Lo que
siento de verdad es que no hablemos el mismo idioma. Podríamos comunicarnos
mejor y hablar de muchas cosas. Aparte de las menudencias cotidianas, me
gustaría comentar con ella otros temas. Me gustaría, por ejemplo, saber qué
opinión le merecen los haikus que ayer hice en su honor.
“Llueve
con ganas.
Me lleva
de paseo:
Amo a mi
mama”
Y este
otro:
“Cae la
tarde.
A los
pies de mi ama
me lamo
el pijo”
No solo disfrutas el relato sino que, además, aprendes psicología perruna. ¿Servirá para un pequeño erizo...?
ResponderEliminarGracias por el relato, paisana.
Besos
Bueno... no creo que los erizos tengan manada pero, aparte de eso, las diferencias no creo que sean muy grandes.
EliminarA fin de cuentas, los animales y las personas lo único que buscamos, como decía mi profesor de Hermenéutica, es "un poco de cariñico".
Besos, paisano.
Qué bueno, Fefa, me ha encantado. Eres el perro. Bueno, y el haiku final me ha arrancado una risa, que siempre viene bien. No puedo pedir más.
ResponderEliminarQué majo Kazán en la foto. Donde quiera que esté, seguro que aplaude este estupendo relato.
Besos vicuñosos.
Este relato lo escribí cuando aún vivía y aún no estaba malito. En el tintero pusieron de tema "Vidas secretas" y se me ocurrió que, muy probablemente, nuestros bichos también la tengan, aunque no sepamos nada de ella.
EliminarMás besos para ti, vicuña guapa.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡Humm! Yo creo que sí que hablamos el mismo idioma, a veces incluso estudian teatro, como sucede con el temblor de "mira que te estoy mirando y temblando, y tú no me haces un arrumaco". Muy inspirados los haikus.
ResponderEliminarUn beso sin lametón.
Que si estudian teatro... ¡Todos tienen un curso de Actor's Studio! Y otro de "Artes de seducción de humanos".
EliminarLo de darnos todos su cariño lo traen de serie.
Cómo se les quiere, ¿verdad?
Un abrazo, Rosa bonita.
Qué lástima que me quedé sin saber que pensaban mis tres pececillos de mí, mientras hacían burbujas en el agua!!
ResponderEliminarUn saludo.
Eso tiene fácil arreglo.
EliminarDate una vuelta por aquí dentro de unos días.
;-)
Un abrazo, Paloma, y gracias.
.
ResponderEliminarHace unos días, descubrí dentro de una copa de la cristalería que mi madre hace lucir con orgullo en una vitrina, una salamanquesa momificada. Sí, una salamanquesa común y buen tamaño, de las que caminan por las paredes y sacan la lengua para atrapar mosquitos.
-¡Pero cómo es que tienes este bicho aquí to tieso!, ¿no te da asco? -le pregunté lleno de grima.
A lo que me respondió poniendo ojos soñadores:
- La encontré en la basura, pero... ¡Es que me gustan tanto los animales!
Me parece que mi señora madre -así tiene ya la cabeza- se comunica con el animalito cuando se van las visitas.
:-)
Digna madre de tan preclaro hijo, Sap.
EliminarYo casi que la comprendo, las salamanquesas tienen un encanto especial, esa dragonez miniaturizada, si tú me comprendes. Y momificada, ni te digo.
Dale un beso de mi parte.
Para ti, cienes.
Estupendas elucubraciones de Sultán, que hasta hace haikus para honrar a su ama ¡¡perro más listo!!
ResponderEliminarYo, francamente, prefiero no saber lo que piensa mi gato de mí, porque a veces me mira con un desdén (tan de lejos, tan de dioses) que da hasta miedo :)
Buen relato, Vichoff querida.
Los gatos son de otra pasta, hermana.
EliminarTe tengo que buscar un poemilla que perpetré hace eones para la Cinicu, no sé si te suena el nombre.
Besos y abrazos, corasón.
¿Rasputin? Seguro que te ha hecho una oda.
:-)
Jajajaja! Me encanta Sultán... el perro poeta. Qué haikus más buenos... Un relato simpatiquísimo, compañera.
ResponderEliminarBesos mil!
Ahora que lo pienso... será mi Cheshire también poeta?
Seguro, Libélula. Vamos, me juego algo que es poeta. Y de primera. Con un ama como tú... todo se pega.
Eliminar:-)
Un abrazo enorme, linda.