El desasosiego del estribillo macachón hecho realidad.
PAROLE, PAROLE
“Parole, parole, parole…”
La canción le volvía a la cabeza con la irritante insistencia de un vendedor de
telemárquetin, repetitiva, obstinada. Había sonado a primera hora de la mañana
y se le había metido en casa y en el cerebro, transportada por una nube de
vapor, a través de la ventana del cuarto de estudio, que daba al patio de
luces; todo parecía indicar que, en el piso inferior, algún vecino con severa
hipoacusia se estaba duchando con agua casi hirviendo a pesar de que, según el
informativo radiofónico, la temperatura ya superaba los veinticinco grados.
“Hay que estar loco”, pensó, y se puso un café muy cargado porque, por culpa de
calor, había dormido poco y se había despertado agobiado y sudoroso. La música
cesó pero eso no fue suficiente para borrarla de su mente.
“Parole,
parole, parole…” ¿Quién podría ser el trastornado que…? No podía haber muchas
opciones, lo más probable era que en la finca quedaran a lo sumo cuatro o cinco
vecinos; el resto había salido, huyendo del aire sahariano, hacia la costa
donde, aunque los pronósticos decían que las temperaturas también serían altas,
existía al menos el consuelo de la cercanía del mar. Quizás era Genaro, el
anciano que vivía solo en el primero A… Pero no, la víspera se había encontrado
con él en la escalera y le había dicho que se iba con sus hijos al chalet… Tal
vez Emilio, el joven perito grafólogo del primero B… pero tampoco: los sábados,
Emilio acudía muy temprano a su cita con la Filmoteca … Sólo quedaba
el primero C pero no recordaba quién vivía allí. La canción volvió a sonar a
mediodía, acompañada esta vez de un agradable olor a sofrito de cebolla. No se
oyó la protesta de ningún vecino, seguro que en el edificio solo quedaban el
loco sordo de la ducha caliente y él.
“Parole,
parole, parole…” No apetecía comer nada con aquel calor, con aquel aire
caliente que parecía capaz de secar los pulmones y que agotaba las fuerzas al
menor movimiento, la sola idea de coger una cazuela o una sartén y encender un fuego
de la vitro le mareaba. Mejor un poco de gazpacho, aunque fuera de bote, un
poco de gazpacho y un helado, sería suficiente para coger fuerzas y ponerse a
trabajar. El frasco vacío sobre la mesa le recordó que tenía que comprar otro
tintero pero esperaría al lunes, no pensaba salir de casa mientras durara
aquella pesadilla climática.
“Parole,
parole, parole…” El ventilador no hacía otra cosa que mover la arena
microscópica suspendida en el ambiente pero no quiso apagarlo: verlo en marcha
le permitía mantener la ilusión de que tenía algo con lo que defenderse.
“Parole,
parole, parole…” Mierda de estribillo, si al menos le gustara… Pero los
solistas italianos nunca habían sido santo de su especial devoción, siempre
había preferido, con diferencia, a los melenudos de Liverpool o a los dos judíos,
el canadiense y el de Minnesotta. Imposible hacer nada aquella tarde, hasta el
rincón más fresco de la casa parecía estar junto a la puerta abierta de un
horno. Mejor una ducha, fría, por supuesto, y luego se tumbaría en la cama e
intentaría sacarse de la cabeza aquella musiquilla estúpida.
La
canción rompió el silencio del atardecer y su sueño recién iniciado con la
potencia de muchos decibelios.
—Parole,
parole, parole…
Furioso,
se levantó bruscamente, se asomó a la ventana y pidió a gritos que quitaran la
música. A los dos segundos, la respuesta fue un considerable incremento del
volumen. Soltó una maldición, se puso una camiseta y se precipitó escaleras
abajo dispuesto a partirle la cara al sordo del primero C. Aporreó la puerta y
esperó unos segundos. La canción se oía en el descansillo como si hubiera un
altavoz en el techo. Iba a golpear la puerta otra vez cuando oyó el clic de la
mirilla al abrirse y cerrarse. Un instante después, la puerta empezó a abrirse lentamente.
—Vaya,
vecino —dijo la mujer, gloriosamente envuelta en una toalla de baño—… Le ha
costado venir a verme —Le miró con ojos soñadores—… ¿Le gusta la tortilla de
patata?
No solo el estribillo es machacón (llevo toda la noche con él en la cabeza toda la noche) sino que el calor te hace sudar. Qué atmósfera más conseguida, paisana.
ResponderEliminarPero me quedo con el final, sin duda. :)
Qué listo eres, paisano. Enseguida has visto que es un final feliz.
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Un abrazo.
Lo que no haría yo por una buena tortilla de patata. Historia con final feliz, quiero suponer. Historia de calores y soledades... y con todas sus comas. Me ha encantado.
ResponderEliminarReconoce, Josep, que si te dieran a elegir entre la tortilla y la toalla... te quedarías con la toalla (si el cuento fuera a la inversa yo también elegiría la toalla, ¿eh?).
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Gracias por leer y por comentar.
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ResponderEliminarVichoff, la mujer de la ilustración es Mina transformada en la momia de Evita Perón... Si yo fuera el prota del relato, ni toalla ni toallo, directamente me iba al tortillón.
:-)
¡Mentiroso!
Eliminar:-)
Cienes.