Un relato de BlackkJack. Es un poco relato-cómplice, un poco Serie Negra... Para saber más, solo hay que decirle al tío Gúguel que busque a Robert Johnson, su historia, su leyenda y lo que se cuenta sobre cómo murió.
Para todos pero, especialmente, para Pili Albertos, estoy segura de que le gustará.
Imagen tomada de www.robertjohnson.it
EL PACTO
El bar está casi a oscuras. El dueño y su esposa,
únicos empleados del negocio, van y vienen entre las mesas con bandejas
cargadas de vasos y botellas. Una capa de humo flota en el aire del local, casi
rozando el techo, como una veta de piedra blanca en la roca negra de la noche
de sábado. Cuatro focos de luz amarilla iluminan el escenario sobre el que el
muchacho, casi un niño, finge una expresión adulta mientras toca la guitarra y
canta con voz quebrada.
I
went to the crossroad, fell down on my knees
I
went to the crossroad, fell down on my knees
Asked
the Lord above “Have mercy, save poor Bob, if you please”
Nadie habla. Todos los clientes están quietos,
con los ojos puestos en el escenario. Tal vez unos dedos tamborilean junto al
vaso de whisky, tal vez unos pies siguen el ritmo debajo de la mesa, tal vez
una cabeza se mueve a un lado y a otro al compás de la música, pero nadie
habla. Cuando termina la canción, todos se levantan, aplauden con entusiasmo,
silban, gritan. El muchacho, sorprendido, saluda una, dos, tres veces. Aunque
apenas puede ver lo que hay más allá de la luz de los focos, levanta tímidamente
el brazo derecho y sonríe al vacío. Luego baja del escenario y se dirige a la
mesa que está en el rincón del fondo, junto a la salida de emergencia. El dueño
pasa a su lado y, con un guiño cómplice, le pone en la mano un vaso de whisky.
—¿Qué te ha parecido, tío Bill? —pregunta.
El anciano tiene el pelo totalmente blanco y los
ojos casi apagados por las cataratas. Respira hondo y bebe un trago largo antes
de contestar. El chico quiere imitarle pero el viejo se lo impide poniendo la
mano sobre la boca de su vaso.
—¿Has visto cómo te escuchaban?
—No.
—Yo sí.
—¿Cómo me escuchaban?
—Como si les estuviera cantando el mismísimo
Dios.
El muchacho sonríe satisfecho, primero al
anciano, luego al delantal blanco que prepara una bebidas detrás de la barra.
La dueña del delantal le devuelve una sonrisa parecida.
—Te voy a contar una historia, Tom.
El anuncio hace que el chico vuelva a presar
atención al viejo.
—Es la historia de alguien que nació hace muchos
años, cerca de aquí, en Hazelhurst. Era un joven de gran talento, un poeta del
blues, un músico extraordinario. Yo tuve la suerte de verle una vez, en un
garito de Robinsonville lleno de putas y de tipos raros. Era negro como la boca
de una mina pero despedía luz como si fuera un sol, no era un tipo guapo pero
lo mirábamos arrobados como miraríamos a una diosa de Hollywood, era de carne y
hueso pero atraía como el imán más potente. ¿Y sabes por qué sucedía todo eso?
Sucedía porque su música se metía en las venas, llegaba a tu cerebro y a tus
músculos y los hacía vibrar en ondas que transportaban al fondo del alma
humana.
El viejo hace una pausa para dar otro trago a su
bebida.
—Dicen que una noche fue a un cruce de caminos y
allí vendió su alma al diablo a cambio de tocar blues como nadie lo había hecho
hasta entonces.
—¿De quién me estás hablando?
—Deberías saberlo, es el autor de la canción que
acabas de cantar. Pero eso no importa ahora. Lo que importa es cómo murió.
Los ojos del chico, que se habían vuelto de nuevo
hacia la barra, regresan de golpe a la mesa.
—¿Cómo murió?
—No se sabe con seguridad pero cuentan que este
hombre tenía una aventura con la esposa del dueño de un bar en el que tocaba.
Un día, en mitad de una actuación, el dueño le ofreció una botella de whisky.
Al parecer, además de whisky, en la botella había estricnina.
El muchacho, casi un niño, se queda mirando
fijamente el líquido que llena su vaso. Después levanta la cabeza y pasea la
mirada por el local, desde el escenario hasta la barra, desde la barra hasta
los ojos del viejo, sin detenerse en el delantal blanco que en ese momento se
inclina para dejar unas copas sobre una mesa cercana.
—¿Tú has estado alguna vez en un cruce de
caminos? —pregunta el viejo.
—No, nunca —contesta el muchacho, casi un niño.
—Bien —concluye el anciano apurando su bebida—,
en ese caso solo tienes que preocuparte de no beber de una botella que ya esté
abierta o de una copa que no hayan preparado delante de ti.
https://www.youtube.com/watch?v=GsB_cGdgPTo
https://www.youtube.com/watch?v=GsB_cGdgPTo
Mira que me gustan estos relatos!! Y es que tienen una cualidad plástica que me hace meterme en el bar y sentarme al lado del viejo, oír al muchacho cantar y ronreir cuando el viejo le da consejos de supervivencia :)
ResponderEliminarBravo, hermana!!
Mil besos!!!
Me das una alegría, hermana. Si he conseguido meterte en el bar, en la piel del muchacho, en la piel del viejo... incluso escuchar la música y respirar el aire cargado de humo... es que no lo hago tan mal.
EliminarAbrazo enorme.
¿Cómo? Yo estaba en el bar escuchando el blues... Si hasta el humo me ha hecho toser.
ResponderEliminarSi coges el cruce, a la derecha, puedes ir directamente a Nueva York, a la presentación de "Maneras de Perder".
Besos, paisana.
Ays, paisa... da gusto escribir para ti, jomío.
EliminarUn besazo.
(Que tu boca sea un ángel y nos veamos en Nueva York)
:-)
Visualización inmediata. Eres increíble.
ResponderEliminarBesos, reina
Tú sí que eres grande, mi reina.
EliminarAbrazo enorme.
Dile a BlakkJack que me ha encantado. ;)
ResponderEliminarUn beso.
Se lo diré, ya sabes que es muy sentido para estas cosas y lo agradecerá.
Eliminar;-)
Besos, preciosa.
Advertida quedo antes de cruzar la carretera. ¡Humm! menos mal que la botella abierta, está en casa y si le echaron algo ya se ha evaporado.
ResponderEliminarUn beso, reina del cruce entre Tormes y Turia.
Yo, por si acaso, abriría una nueva.
Eliminar;-)
Un abrazo, Rosa preciosa.