Y parecen atracciones para niños...
Imagen tomada de eltrendelabruja.com
EL TREN DE LA BRUJA
—Vamos a entrar, venga…
—Pero si todo eso son tonterías, niña…
Estaban parados frente al anuncio de
“Barok, mago babilónico”. Desde un vistoso cartel en negro y plata, el rostro
enigmático de Barok, enmarcado por un turbante de color turquesa e iluminado
por la luz que desprendía una bola de cristal, prometía adivinar el futuro con
diversas artes.
—Venga, sí…
La niña era testaruda. Cuando algo se
le metía en la cabeza era imposible sacárselo. La noche anterior, sin ir más
lejos, había vuelto a despertarle de su siesta frente al ordenador a pesar de
que le había prohibido que lo hiciera. Tenía veinticinco años pero seguía
siendo tan cabezota como cuando tenía cuatro.
—… si es solo por curiosidad, a ver qué
dice…
—Qué va a decir… nada.
Barok, en efecto, no dijo nada acerca
de su futuro. Pero, cuando entraron en su gabinete, pasó por alto la presencia
de la niña y fijó la mirada en él, como si le hubiera
esperado durante mucho tiempo y se sorprendiera de verle.
—Has tardado en venir, tienes que hacer
un largo viaje —anunció sin apenas levantar la voz.
Antes de que pudieran hacer o decir
nada, el mago agachó la cabeza e hizo un gesto con la mano invitándoles a
salir. La niña quiso protestar pero el gesto se repitió, acompañado de una mirada
que no admitía réplicas.
—Qué grosero —se quejó la niña cuando
estuvieron fuera de la carpa—, qué maleducado… Si no me ha dejado hablar…
—Son todos unos charlatanes, hija.
—… y encima no nos ha adivinado el
futuro…
“Conmigo habría tenido poco trabajo”,
pensó. Porque, desde la muerte de Celia, su futuro se había convertido en un
pasaje sin esperanza que parecía no tener final y que solo se iluminaba, de vez
en cuando, con las visitas de la niña. Se había ido a vivir fuera pero no
olvidaba a su padre.
—¿Subimos al tren de la bruja?
El tren de la bruja era la
atracción preferida de la niña cuando era pequeña. Todos los años tenía que
subir una o dos veces, a pesar de que se sabía de memoria el recorrido y los
lugares donde aparecían la bruja y los demás sustos. Recordaba a Celia
abrazando a la niña, protegiéndola de los escobazos, como si ninguna de las dos
supiera que eran de mentira. En realidad, lo que las divertía era fingir que
los ataques las pillaban por sorpresa. Lo que sí los había pillado por sorpresa
a la niña y a él había sido el camión que tomó la curva a demasiada velocidad y
se echó encima de los peatones que esperaban en la acera. Celia salió disparada
contra un árbol, murió casi en el acto y él no había tenido tiempo de
despedirse de ella, de darle el último beso y decirle el último te quiero.
La niña se acomodó en el asiento, tiró
de la barra de seguridad y se apretujó junto a él. “La echas de menos,
¿verdad?”, pensó, pero no dijo nada. El coche empezó a moverse lentamente hacia
la primera cortina negra.
Cuando la cortina se abrió, no apareció
el túnel que simulaba una cueva tenebrosa ni les cayeron del techo varios
murciélagos. En lugar de oscuridad y ratones voladores, una intensa luz le
deslumbró. Cegado, apretó los ojos y, cuando empezó a abrirlos lentamente, vio
que, frente a él, Barok, el mago babilónico, le tendía la mano.
“Ven conmigo”, dijo.
No se detuvo a pensar. Se levantó y fue
tras el mago, caminando sobre un suelo de aire. A los pocos pasos, Barok se
hizo a un lado y él pudo ver a la mujer. “¡Celia!”. Estaba tan hermosa como él
la recordaba, tan dulce. Seguía teniendo la misma sonrisa. Se acercó a ella, la
abrazó como la había abrazado la primera vez y volvió a sentir que la eternidad
cabe en un segundo. “¿No querías darme el último beso?”. La besó como la había
besado la primera vez y volvió a sentir que el centro del Universo estaba en
sus labios. “¿No querías decirme te quiero?”.
“Te quiero”.
Sin dejar de sonreír, Celia se apartó
un poco. “Quiero que le des esto a la niña”, dijo mientras se quitaba la
alianza, “me gustaría que la llevara”. Le puso el anillo en la palma de la mano
derecha y luego la cerró con las suyas. Le miró a los ojos y él volvió a sentir
que el tiempo y el espacio estaban en aquella mirada. “No importa el tiempo que
tardes en venir”, dijo ella, “te estaré esperando”.
Le dolió el codazo en el costado.
—¡Padre! ¡Te has vuelto a quedar
dormido!
El coche salía ya del túnel hacia la
claridad de la tarde. Dos payasos apostados en la curva intentaron los últimos
escobazos.
—¡Eres un lirón! —rió la niña.
Se puso en pie y alargó el brazo con la
mano abierta para ayudarle a salir del coche.
Él pensó que la niña tenía razón, que
desde hacía algún tiempo se quedaba dormido en cualquier parte, a cualquier
hora. Sería cosa de la edad. O, tal vez, de que no tenía nada mejor que hacer.
Dormir y esperar, esperar el el día en que le tocara viajar.
—¿Dónde vamos ahora? —preguntó la niña,
y fue a cogerle de la mano, como cuando era pequeña, pero encontró su puño
cerrado —¿Qué tienes ahí?
Se detuvo sin pensar y la niña le miró
sorprendida. Él la miró también y luego bajó la vista hacia su mano. No estaba
seguro de que estuviera apretada porque guardara algo en su interior. Tal vez
la había cerrado durante el breve sueño en el tren y aún estaba bajo los
efectos de la ensoñación. Sí, seguro que era eso.
Abrió los dedos lentamente. La niña buscó
sus ojos, interrogante. Él disimuló como pudo su asombro pero no pudo evitar
una sonrisa.
—Es la alianza de madre —dijo, y pensó
que, a partir del largo viaje de Barok, la espera se le haría más corta—,
quiere que la uses.
Precioso y emotivo relato. Un placer leerte, Vichoff.
ResponderEliminarBesos.
Gracias, Mar, no sabes cuánto me alegra que os guste lo que escribo.
EliminarUn abrazo muy grande.
Es una delicia, querida amiga.
ResponderEliminarBesos, reina.
Gracias siempre, preciosa.
EliminarBesos, muchos.