Imagen tomada de avernolandia. wordpress.com
EL DESVÁN
La casa de mis padres no tenía buhardilla, tenía desván. Al menos así
llamábamos mi hermano y yo a aquel espacio inmenso lleno de sombras al que se
accedía desde una estrecha escalera que arrancaba del primer piso y al que nos
escapábamos a jugar en cuanto teníamos ocasión. Había baúles con ropajes
antiguos, un montón de trastos viejos, estanterías con libros enmohecidos por
la humedad, muebles desvencijados y un enorme armario de sacristía en el que
colgaban varias casullas. Nuestros favoritos eran, sin duda, los baúles, en los
que encontrábamos ropas suficientes para disfrazarnos casi de cualquier cosa. El
preferido de Jorge era un sombrero de ala ancha con el que se convertía,
ayudado por su espada de madera, en un mosquetero dispuesto a rescatar a la
princesa del barco donde los piratas la mantenían prisionera. Cuando le ganaba
aquel afán aventurero, que era casi siempre, me obligaba a ponerme un viejo
vestido de aya, me escondía en un rincón, detrás de un antiguo espejo de pie, y
me ordenaba permanecer quieta y en silencio hasta que él, después de recorrer
el desván varias veces, de acá para allá, blandiendo su espada contra fieros
piratas imaginarios, esquivando ataques y votando a bríos constantemente,
llegaba a salvarme.
Yo protestaba porque aquel papel pasivo me aburría sobremanera. Yo quería
ponerme un sombrero, ceñirme una espada y pelear contra los piratas, pero Jorge
no transigía.
—Si tú también eres mosquetero, entonces… ¿a quién rescatamos?
Entonces le propuse invertir los papeles: él se quedaría detrás del espejo,
esperándome, mientras yo me deshacía de mis adversarios.
—Eso no puede ser —dijo con absoluta convicción.
—¿Por qué?
—Porque tú eres chica y yo soy chico.
Aquel argumento no me convenció, no llegaba a ver la relación entre mi
condición de chica y la posibilidad de disfrazarme de lo que me viniera en
gana. ¿Si yo quería ser mosquetero por qué no podía serlo? Pero desistí de
plantearle a Jorge semejante discusión. Algo me decía que mi hermano no iba a
aceptar mis razones. Pero no me di por vencida.
—Podríamos esconder a Nora detrás
del espejo y rescatarla los dos.
—¿A Nora? Pero si es una muñeca…
—¿Y eso qué más da? Nos imaginamos que es la princesa, lo mismo que te
imaginas tú que la princesa soy yo.
Y la misma fantasía que convirtió a Nora era una princesa cautiva nos
convirtió a nosotros, a lo largo de varios años, en magos, guerreros, reyes,
soldados, dragones, brujos…
—¿Sabes una cosa, Vicky? —me preguntó Jorge una tarde después de que,
convenientemente disfrazados de exploradores, hubiéramos rescatado un fastuoso
tesoro de una mina abandonada en las montañas congoleñas.
Yo no sabía.
—Cuando sea mayor seré explorador de verdad. Viajaré a países desconocidos,
conoceré gente distinta y veré paisajes y animales diferentes a los que tenemos
aquí.
Me pareció buena idea y pensé decirle que le acompañaría, como le había
acompañado en las aventuras del desván, pero enseguida le vi un inconveniente
al proyecto: ser explorador es algo que lleva demasiado tiempo, hay que viajar
constantemente, por no hablar de las distancias que hay que recorrer para
encontrar un tesoro. No nos quedaría tiempo para ser nada más, ni príncipes ni
hadas ni médicos ni capitanes de barco…
De pronto, se me ocurrió la solución
a ese problema.
—Vale, tú puedes ser explorador. Yo me quedaré en casa y seré todo lo
demás.
Jorge no me entendió a la primera.
—¿Todo lo demás?
Tuve que explicárselo.
—Sí, todo lo que tú no podrás ser porque estarás explorando y no tendrás
tiempo para otras cosas.
Me miró desde la superioridad intelectual y moral que le otorgaba el hecho
de haber nacido dos años antes que yo.
—¿Qué tontería es esa? Nadie puede ser “todo lo demás”, solo se puede ser
una cosa, dos a lo sumo.
—Yo puedo.
Sonrió, incrédulo y burlón.
—Ah, ¿sí? Y… ¿me puedes decir cómo piensas hacerlo?
Yo también sonreí pero en mi sonrisa estaba la certeza del que ha
encontrado un argumento definitivo, irrebatible.
—Escribiendo.
Genial, Fefa, del principio al fin, un fin, por cierto, acertadísimo, tanto en el escenario de esa tierna y simpática historia, como en la vida real, porque escribiendo realmente se viven muchas vidas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Así es, Josep.
EliminarEscribiendo vivimos todas esas vidas que no nos daría tiempo a vivir en tiempo real.
Por eso escribo.
Gracias, un abrazo enorme.
Ahora comprendo a qué estilo arquitectónico corresponde "Manseon", muy lógico que la loca (creatividad) de la casa, habite el desván. Estoy disfrutando con la visita.
ResponderEliminarReverencia Lady Vic.
Ya sabes cuánto me gusta que disfrutes en esta caja, doctora Rosmar.
EliminarUn abrazo enorme.