No me parece gran cosa este relato pero... no sé...
VERBENA
Cuando
Felisa vio el cartel que anunciaba la verbena y el nombre de la orquesta que
(tal como rezaba el programa de festejos) la amenizaría, sintió que un calambre
le ablandaba las piernas y estuvo a
punto de caerse al suelo.
¡Gran Orquesta “Viento del Caribe”!
¡Recién llegada de Cuba, en exitosa gira por todo el país!
Apoyó la
mano en la pared y bajó la cabeza mientras intentaba recuperar el control sobre
sus extremidades inferiores y disimular el vértigo que le rodeaba la cabeza
pero, al cerrar los ojos, sobre la pantalla en negro de su mente se proyectó la
escena como una brillante diapositiva por la que no hubieran pasado dos años: la
terraza del salón “Atlántico” asomaba al mar sus luces, sus palmeras y su
bullicio mientras varias decenas de turistas, alegres y despreocupados,
intentaban que sus evoluciones sobre la pista de baile se parecieran lo más
posible a la coreografía canónica de los ritmos caribeños. Los mojitos y los cuba-libre
habían demostrado hacía rato su efecto desinhibidor y Felisa, pareja en aquel
momento del Jefe de Compras, se esforzaba por recordar y poner en práctica lo
que había aprendido en la academia de baile “La latina”. Fue entonces, en medio
de las evoluciones del baile, cuando sintió los ojos del saxofonista clavados
en sus caderas y un calor repentino le estalló en el vientre. Encontrarse con
él en el pasillo que conducía a los lavabos no le extrañó, ni tampoco su
abordaje, tan franco y descarado que casi parecía sincero.
—Ya tú
ves, mamasita…
Vio en
aquel momento y le vio el resto de la noche mientras duraron la música y el
baile, las miradas y el fuego en su piel, y siguió viéndole a la luz de la luna
que había invadido su habitación del séptimo piso hasta que el amanecer los
encontró tendidos sobre la cama, desnudos y enredados con las sábanas como
niños revoltosos.
—Ya tú
ves, mamasita…
Abrió los
ojos y levantó la vista hasta la foto del grupo. Le buscó entre los rostros de
los demás componentes de la orquesta, impecablemente vestidos de blanco, la
cintura ceñida por un fajín rojo, la camisa y los pantalones ajustados a la
piel. Le encontró entre el guitarrista de pelo blanco y el trompetista de
bigote “Pancho Villa”, moreno, provocador, sonriéndole a la cámara, y de nuevo
se le aflojaron los músculos y se le nubló la vista.
¿Cómo
decir ahora que no quería ir a la verbena si había insistido durante semanas
hasta que Martín había accedido a ir con ella a la academia? ¿Cómo justificar
una decisión así cuando su marido llevaba tres meses luchando contra su innata
torpeza para aprender los pasos de la salsa, el merengue, la bachata y
chachachá, para moverse con un poco más de gracia que un pato mareado?
Respiró
hondo y se alejó de la foto de la orquesta “Viento del Caribe”, que siguió
pegada a la pared ajena por completo a la conmoción que acababa de causar. La
terraza del Casino se desplegaba a la sombra de los plátanos en un lateral de
la plaza. Se sentó, pidió un vermouth rojo con mucho hielo y se quedó mirando
fijamente el templete que presidía el ágora del pueblo. Ya estaba adornado con
las habituales guirnaldas, que se mecían con un ligero vaivén al ritmo de un
airecillo tímido que bajaba del monte y refrescaba un poco la mañana veraniega.
Por un momento imaginó a la orquesta “Viento del Caribe” llenando el pueblo de
ritmo y sabor, imaginó a sus vecinos y amigos bailando sones latinos bajo las
banderolas y al saxofonista, moreno y prieto, siguiéndola con los ojos, atento
al vuelo de su falda. A pesar de que julio cumplía rigurosamente su papel de
mes caluroso, sintió un escalofrío. No, no podía ir a la verbena, no podría
resistir de nuevo aquella mirada sobre ella, no podría luchar contra el deseo
de volver a verle.
Sonó el
móvil. Contestó y la voz de Martín sonó un poco quebrada.
—Felisa…
ven al Centro de Salud… me he caído por la escalera y creen que me he roto
algo…
Las
palabras de su marido siguieron unos segundos dando vueltas en su cerebro. “Me
he caído por la escalera y creen que me he roto algo…” Un tobillo, un dedo…
Imposible bailar con algo roto en un pie.
Miró de
nuevo el templete y suspiró. Una mezcla de pena y alivio le subió lentamente hasta la garganta y le llenó los
ojos de agua. Parpadeó para aclararse la mirada y se bebió de un trago el resto
del vermouth. A continuación, guardó el móvil en el bolso, sacó un pañuelo y se
limpió las lágrimas.
El infortunio de unos puede traducirse en la dicha o el alivio de otros. Un relato espléndido, el de la nostalgia de un amor nunca olvidado. Me ha encantado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Josep. Algo así quise escribir y, por lo que dices, me salió bien.
EliminarOtro abrazo para ti, muy grande.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarA mí, como a Josep Mª, me parece un relato espléndido: el corazón humano en pleno ejercicio de sí mismo, es decir, hecho un laberinto de contradicciones y pasiones.
ResponderEliminarFelicidades, querida!!
Mil besos
No sabes cómo llena de orgullo y satisfacción que consideres espléndido algo que yo he escrito, hermana.
EliminarNo, no te haces idea.
Dos mil.
:-)
¡Jopé, amiga! Ya me gustaría que la Dra. de Vallavalencia, tuviese algún fallo, pero no, se supera en cada relato y, ¡Cómo disfruto con cada uno!
ResponderEliminarBesitos.
Ay, Rosa preciosa... qué gafas benevolentes te pones cuando me lees...
EliminarUn abrazo enorme, cariño.