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martes, 23 de julio de 2013

LOS IRREVERENTES (TERZA PUNTATA)

No me acordaba yo de este irreverente...





LOS TRES CERDITOS Y EL LOBO (VERSIÓN LIBRE)

Pues, señor... esto era una Doña Cerdita que estaba hasta el moño de sus tres hijos. Sus tres cerditos eran encantadores, todo el vecindario los apreciaba porque como eran tan bohemios... como tocaban tan bien... El Pequeño era un artista con la flauta, el Mediano un virtuoso del violín y el Mayor hacía enmudecer al viento cuando tocaba el piano. En cien leguas a la redonda, no había verbena ni festejo al que no fueran invitados para amenizar el baile pero... a Doña Cerdita la tenían hasta los mismísimos baudios. No querían ni oír hablar de trabajar, de buscarse una ocupación que les permitiera ganarse la vida. Ellos solo querían dedicarse a "su arte" y, claro, si tuvieran que trabajar ocho horas diarias, no podrían hacerlo. Así que Doña Cerdita trabajaba por los cuatro limpiando oficinas por horas seis días a la semana, se mataba en su casa a fregar, cocinar y planchar y encima tenía que darles la propina para que salieran los fines de semana con los amigotes.

Un buen día, empezó a correr por la comarca el rumor de que un Lobo merodeaba por los alrededores. Todas las madres advirtieron a sus hijos del peligro que suponía la presencia de una fiera así, y Doña Cerdita no fue menos: cuando sus tres cerditos se estaban arreglando para ir a la disco el viernes por la noche, les avisó:

—Dicen que hay un Lobo suelto por ahí, ¡tened mucho cuidado!

Pero los cerditos, que se creían más listos que nadie, soltaron una estentórea carcajada.

—Qué tonterías dices, mamá —dijo el cerdito Mayor—, ¿quién va a tener miedo de un lobo viejo y solitario?

Y eso fue suficiente para que el cerdito Mediano improvisara una cantinela ("¿Quién teme al Lobo Feroz, al Lobó, al Lobó...") que fue coreada de inmediato por sus hermanos. A partir de aquella noche, cada vez que los tres cerditos salían de mambo, volvían a casa cantando a voz en cuello el estribillo: "¿Quién teme al Lobo Feroz, al Lobó, al Lobó...?", armando gran escándalo y despertando a Doña Cerdita.

Hasta que un buen día (o una buena noche, porque no había amanecido aún. Bueno... lo dejaremos en la madrugada de un sábado, que era la hora a la que solían recogerse nuestros corretones amiguitos) los tres cerditos entraron en tromba en el dormitorio de Doña Cerdita y la despertaron sin misericordia. El Mayor encendió la luz, el Mediano la zarandeó y el Pequeño le gritó:

—¡Que viene el Lobo, que viene el Lobo!

Doña Cerdita se levantó muy asustada y corrió hacia la puerta de la casa. Al mirar por la mirilla comprobó que, en efecto, frente a ella estaba el Lobo más Feroz que hubiera podido imaginarse. Tenía las fauces abiertas y echaba espumarajos por las comisuras, sus ojos despedían rabia y de su garganta salía un aterrador gruñido:

—¡Golpearé, golpearé y la puerta derribaré!

Espantada por aquella visión, se volvió hacia sus hijitos y les gritó:

—¡Oh, Dios mío! ¡Va a derribar la puerta, seguro, es muuuy fuerte! ¡Vamos a escondernos!

Los tres salieron de estampida, buscando un lugar seguro en el refugiarse. El cerdito Mayor corrió a la cocina y se escondió debajo del fregadero, el Mediano fue a su cuarto y se encerró en el armario ropero, el Pequeño se ocultó tras las cortinas del salón. Doña Cerdita, por su parte, se quedó inmóvil detrás de la puerta, aguantando la respiración.

Una tras otra sonaron las tremendas embestidas del Lobo contra la puerta hasta que, por fin, con gran estruendo, se vino abajo y el Lobo irrumpió en la casa con la fuerza de un huracán.

—¿Dónde están esos tres miserables cantores? —bramó.

Y salió corriendo a buscarlos. Encontró enseguida al Pequeño, pues su oronda barriga hacía prominencia en la cortina. El tremendo aullido del Lobo espantó al cerdito que salió corriendo. Al poco tiempo le siguió el Mediano, pues no había conseguido cerrar bien la puerta del armario y por la rendija se asomaba su colita de sacacorchos. Él también huyó a toda prisa, tras los pasos de su hermano pequeño. No tardó mucho el Lobo en encontrar al Mayor pues, para hacerse hueco debajo del fregadero, el cerdito había tenido que dejar fuera el fairy, el estropajo y el calgonit powerball. El Lobo le enseñó los colmillos y el cerdito salió huyendo como alma que lleva el Diablo.

En cuanto el último de los cerditos hubo salido por la puerta, el Lobo soltó un soplido de alivio, relajó los músculos y se dirigió con pasos lentos al salón. Doña Cerdita le salió al encuentro y se arrojó en sus brazos.

—¡Lobo mío, mi Lobo! ¡Eres mi héroe! —exclamó mientras se lo comía a besos.

El Lobo, fatigado pero satisfecho, la abrazó también.

—Espero que no vuelvan, cariño, porque no estoy dispuesto a repetir el número.

Doña Cerdita y el Lobo Feroz vivieron juntos, felices y solos a partir de aquel día. De los tres cerditos nunca más se supo aunque algún vecino dijo, tiempo después, que los había visto tocando en el Metro de Madrid.


Y... colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

9 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Simplemente genial. Como digo en uno de mis últimos relatos: siempre me han gustado los cuentos inventados. Un abrazo.

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    1. ¡Jajajajajajajaa!
      Qué bien que te guste, Josep.
      Gracias por leer, un abrazo.

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  3. Mejor que el original. Con tu permiso lo comparto.

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    1. Comparta Vd. todo lo que quiera, señor Barcasnegras, esta es su casa.
      O su caja.
      :-)
      Bienvenido, Jhon, un abrazo.

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  4. ¡Qué delicia de cuento para contar en tardes lluviosas como esta! Y que gran final...

    ¡Un muackiles!

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    1. Me gustan los finales felices, Sonia, no lo puedo evitar.
      :-)
      Gracias por leer y por comentar, bienvenida a esta tu caja.
      Un abrazo.

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