LOS TRES CERDITOS Y EL LOBO (VERSIÓN
LIBRE)
Pues,
señor... esto era una Doña Cerdita que estaba hasta el moño de sus tres hijos.
Sus tres cerditos eran encantadores, todo el vecindario los apreciaba porque
como eran tan bohemios... como tocaban tan bien... El Pequeño era un artista
con la flauta, el Mediano un virtuoso del violín y el Mayor hacía enmudecer al
viento cuando tocaba el piano. En cien leguas a la redonda, no había verbena ni
festejo al que no fueran invitados para amenizar el baile pero... a
Doña Cerdita la tenían hasta los mismísimos baudios. No querían ni oír
hablar de trabajar, de buscarse una ocupación que les permitiera ganarse la
vida. Ellos solo querían dedicarse a "su arte" y, claro, si tuvieran
que trabajar ocho horas diarias, no podrían hacerlo. Así que Doña Cerdita
trabajaba por los cuatro limpiando oficinas por horas seis días a la semana, se
mataba en su casa a fregar, cocinar y planchar y encima tenía que darles la
propina para que salieran los fines de semana con los amigotes.
Un buen
día, empezó a correr por la comarca el rumor de que un Lobo merodeaba por los
alrededores. Todas las madres advirtieron a sus hijos del peligro que suponía
la presencia de una fiera así, y Doña Cerdita no fue menos: cuando sus tres
cerditos se estaban arreglando para ir a la disco el viernes por la noche, les
avisó:
—Dicen
que hay un Lobo suelto por ahí, ¡tened mucho cuidado!
Pero
los cerditos, que se creían más listos que nadie, soltaron una estentórea
carcajada.
—Qué
tonterías dices, mamá —dijo el cerdito Mayor—, ¿quién va a tener miedo de un
lobo viejo y solitario?
Y eso
fue suficiente para que el cerdito Mediano improvisara una cantinela
("¿Quién teme al Lobo Feroz, al Lobó, al Lobó...") que fue coreada de
inmediato por sus hermanos. A partir de aquella noche, cada vez que los tres
cerditos salían de mambo, volvían a casa cantando a voz en cuello el
estribillo: "¿Quién teme al Lobo Feroz, al Lobó, al Lobó...?",
armando gran escándalo y despertando a Doña Cerdita.
Hasta
que un buen día (o una buena noche, porque no había amanecido aún. Bueno... lo
dejaremos en la madrugada de un sábado, que era la hora a la que solían
recogerse nuestros corretones amiguitos) los tres cerditos entraron en tromba
en el dormitorio de Doña Cerdita y la despertaron sin misericordia. El Mayor
encendió la luz, el Mediano la zarandeó y el Pequeño le gritó:
—¡Que
viene el Lobo, que viene el Lobo!
Doña
Cerdita se levantó muy asustada y corrió hacia la puerta de la casa. Al mirar
por la mirilla comprobó que, en efecto, frente a ella estaba el Lobo más Feroz
que hubiera podido imaginarse. Tenía las fauces abiertas y echaba
espumarajos por las comisuras, sus ojos despedían rabia y de su garganta salía
un aterrador gruñido:
—¡Golpearé,
golpearé y la puerta derribaré!
Espantada
por aquella visión, se volvió hacia sus hijitos y les gritó:
—¡Oh,
Dios mío! ¡Va a derribar la puerta, seguro, es muuuy fuerte! ¡Vamos a
escondernos!
Los tres
salieron de estampida, buscando un lugar seguro en el refugiarse. El cerdito
Mayor corrió a la cocina y se escondió debajo del fregadero, el Mediano fue a
su cuarto y se encerró en el armario ropero, el Pequeño se ocultó tras las
cortinas del salón. Doña Cerdita, por su parte, se quedó inmóvil detrás de la
puerta, aguantando la respiración.
Una
tras otra sonaron las tremendas embestidas del Lobo contra la puerta hasta que,
por fin, con gran estruendo, se vino abajo y el Lobo irrumpió en la casa con la
fuerza de un huracán.
—¿Dónde
están esos tres miserables cantores? —bramó.
Y salió
corriendo a buscarlos. Encontró enseguida al Pequeño, pues su oronda barriga
hacía prominencia en la cortina. El tremendo aullido del Lobo espantó
al cerdito que salió corriendo. Al poco tiempo le siguió el Mediano, pues
no había conseguido cerrar bien la puerta del armario y por la rendija se
asomaba su colita de sacacorchos. Él también huyó a toda prisa, tras los
pasos de su hermano pequeño. No tardó mucho el Lobo en encontrar al Mayor pues,
para hacerse hueco debajo del fregadero, el cerdito había tenido que dejar
fuera el fairy, el estropajo y el calgonit powerball. El Lobo le enseñó los
colmillos y el cerdito salió huyendo como alma que lleva el Diablo.
En
cuanto el último de los cerditos hubo salido por la puerta, el Lobo soltó un
soplido de alivio, relajó los músculos y se dirigió con pasos lentos al salón.
Doña Cerdita le salió al encuentro y se arrojó en sus brazos.
—¡Lobo
mío, mi Lobo! ¡Eres mi héroe! —exclamó mientras se lo comía a besos.
El
Lobo, fatigado pero satisfecho, la abrazó también.
—Espero
que no vuelvan, cariño, porque no estoy dispuesto a repetir el número.
Doña
Cerdita y el Lobo Feroz vivieron juntos, felices y solos a partir de aquel día.
De los tres cerditos nunca más se supo aunque algún vecino dijo, tiempo
después, que los había visto tocando en el Metro de Madrid.
Y...
colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSimplemente genial. Como digo en uno de mis últimos relatos: siempre me han gustado los cuentos inventados. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Jajajajajajajaa!
EliminarQué bien que te guste, Josep.
Gracias por leer, un abrazo.
¡Ja,ja,já! Un final feliz.
ResponderEliminarBesitos.
¡Sobre todo para el Lobo!
EliminarBesos, Rosa preciosa.
Mejor que el original. Con tu permiso lo comparto.
ResponderEliminarComparta Vd. todo lo que quiera, señor Barcasnegras, esta es su casa.
EliminarO su caja.
:-)
Bienvenido, Jhon, un abrazo.
¡Qué delicia de cuento para contar en tardes lluviosas como esta! Y que gran final...
ResponderEliminar¡Un muackiles!
Me gustan los finales felices, Sonia, no lo puedo evitar.
Eliminar:-)
Gracias por leer y por comentar, bienvenida a esta tu caja.
Un abrazo.