La relectura de un texto puede sorprendernos. A veces no es tan hermoso como lo recordábamos, a veces no es tan malo como creíamos.
LA VISITA
A través de la ventana del control, la enfermera
ve alejarse a las dos mujeres por el sendero que lleva hasta la pajarera. La
más mayor viste unos pantalones y un blusón de aire juvenil que le hacen
aparentar menos edad de la que tiene. Es alta, lleva el pelo teñido de color
caoba y cojea ligeramente del pie derecho, como si al apoyarlo en el suelo se
resintiera una vieja torcedura. La más joven camina con la cabeza baja, mirando
al suelo, sin prestar atención a la templada tarde de casi primavera. Su brazo
se entrelaza con el de la mujer mayor.
Cuando llegan a la rotonda, la mujer joven se
dirige hacia un banco soleado y se sienta en silencio. Su mirada sigue perdida
más allá de las rejas de la pajarera pero tira del brazo de su acompañante para
que se siente a su lado. No dicen nada. Durante unos minutos, a su alrededor
solo suena el ruido de fondo del viento y el canto de los pájaros encerrados
pero, de pronto, la mujer joven parece regresar de su abstracción. Toma la mano
de la mujer mayor y la coloca sobre la suya con la palma mirando hacia arriba.
Sonríe y, lentamente, inicia una suave ceremonia. Con el dedo índice empieza a
recorrer los dedos de la mano que sostiene, subiendo por un costado, bajando
por el otro, el meñique, el anular, el corazón, el índice, hasta llegar al
pulgar donde se detiene y regresa al punto de partida. Repite la secuencia de
nuevo, sin vacilaciones, y entonces se empieza a oír, muy quedo, la voz de la
mujer mayor que mira su mano y el dedo que la recorre y canturrea en voz baja
“Mariquita de Dios, cuéntame los dedos y vete al Sol”, “Mariquita de Dios,
cuéntame los dedos y vete al Sol”.
Levantan la cabeza al mismo tiempo, se miran y
sonríen, parece que de los ojos de la mujer joven se quiere escapar una lágrima
pero la mujer mayor la enjuga a tiempo con un beso muy oportuno, después abraza
a la joven y le acaricia el pelo.
Regresan al cabo de media hora, cuando el sol ya
pierde fuerza y de la tierra del jardín empieza a subir un frío que alcanza los
tobillos. Cogidas del brazo, con pasos lentos, deteniéndose a veces para mirar
una nube dorada o una rama en la que pelean dos gorriones, las mujeres caminan
hacia la puerta del edificio de ladrillo rojo.
La enfermera sale del mostrador y se reúne con
ellas en el centro del hall. Con gesto cariñoso, se dirige a la mujer mayor.
—¿Qué tal el paseo?
—Muy bien, muy bien.
Se quedan mirando a la mujer joven que se ha
separado de ellas y camina torpemente hacia el pasillo principal. La enfermera
aprovecha para preguntar en voz baja.
—¿Cómo la has encontrado, Eugenia?
—Yo creo que está peor —contesta la mujer mayor—,
ha tardado más tiempo en reconocerme.
Y ahora es en sus ojos donde asoman las lágrimas.
Dulce, enternecedor... Gracias.
ResponderEliminarGracias a ti, preciosa.
ResponderEliminarUn abrazo.
Acabo de descubrirte y ya me has "enganchado". Te saluda un humilde seguidor.
ResponderEliminarGracias, Josep, me encanta haberte enganchado.
EliminarPasa y ponte cómodo, estás en tu casa... digo... en tu caja.
Un abrazo.
Este relato no podría parecer malo ni en la primera ni en las sucesivas relecturas...
ResponderEliminarChapeau paisana :)
Paisano, desde ya mismo te inscribo en el club de APLQDGE (aquellos para los que da gusto escribir).
EliminarCon medalla de oro.
:-)
Un beso.