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domingo, 28 de abril de 2013

AMORES RIDÍCULOS

Hay amores eternos que duran un invierno (más o menos así lo dijo el poeta) y amores de un momento que duran para siempre; hay amores medicina y amores veneno, amores al contado y amores a plazos, amores en propiedad o en alquiler...

Y hay amores ridículos.






Gran Circo de Moscu




AMOR EN EL CIRCO


El fuego y el amor son difíciles de ocultar. Y Thor no había podido esconder el suyo como no habría podido esconder un incendio en su carromato. Pese a que intentó con todas sus fuerzas disimular sus sentimientos, a las pocas semanas todo el mundo sabía que estaba enamorado. La vida del circo es eso: un espacio reducido en el que convive mucha gente. Mucha, sí, pero siempre la misma. Al cabo de un tiempo todo el mundo conoce a todo el mundo, todos saben de la vida de los demás y es muy difícil mantener un secreto. Y el suyo  había acabado en boca de todos porque había cosas que no podía evitar. No podía evitar, por ejemplo, que se le erizaran los pelos de la nuca cuando la veía, aunque fuera de lejos. No podía evitar, por ejemplo, mirarla con una mirada distinta, tan distinta que hasta Cloud, su compañera más despistada, la había notado.
—¡Thor! —le gruñó asombrada— ¡te la estás comiendo con los ojos!
Era verdad.
—No me lo explico —le había dicho Sun con voz ronca— Es orgullosa, dominante, autoritaria... tiene un carácter imposible. Y esas caderas tan anchas, esa piel —Sun se estremeció como si pensar en la piel de Karen le produjera un rechazo insuperable—... es ridículo, Thor.
  Pero él no podía evitarlo: todo su ser se trastornaba cuando Karen aparecía. Y, cuando no estaba presente, él languidecía, tumbado al sol entre las pacas de paja, soñando con el día en que su amor fuera más allá de las miradas y los suspiros. Con el tiempo, había conseguido soportar con paciencia los comentarios, despectivos a veces, de sus compañeros de pista, las chanzas de los malabaristas;  había aprendido a ignorar las bromas crueles de los payasos. Dormía mal y había perdido el apetito.
    Pensó que podía haberse fijado en cualquiera de sus compañeras de pista, ágiles, atléticas, de finas caderas y movimientos cadenciosos. La joven Rain, por ejemplo, que acababa de incorporarse al equipo. Era elástica y elegante, seguro que le bastaban unos pocos años de entrenamiento para convertirse en una de las estrellas del “Gran Circo de Hamburgo”. Podía haberse enamorado de ella y vivir un feliz idilio de veinticuatro horas diarias que le ayudara a soportar la nostalgia de su tierra. Pero no: se había enamorado de Karen.
 El chasquido del látigo al restallar contra el suelo le sacó de sus pensamientos y le devolvió a la realidad. Miró a Karen y vio la orden escrita en su mirada. Encaramado en el pequeño podio en forma de pirámide truncada, levantó los cuartos traseros, se tensó y se preparó para el salto felinamente majestuoso que atravesaría el círculo de fuego que ardía ante sus ojos.
Una décima de segundo antes de saltar pensó fugazmente que quizá sus compañeros tuvieran razón: es ridículo que un león se enamore de su domadora.


2 comentarios:

  1. Nunca me canso de leerte… Qué bueno, me has engañando hasta el final.

    El amor nunca es ridículo, ni siquiera el de un león hacia su domadora :-)

    Besos y abrazos.

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  2. Caray... qué final. Impresionante.

    Besos.

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