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domingo, 2 de febrero de 2014

VENGANZA


Fondoarmario total. Y a pesar de los años que tiene... me sigue gustando. 




SE SIRVE FRÍO


El anciano está sentado frente al ventanal en un amplio sillón de orejas. Tiene las piernas tapadas con una manta de cuadros rojos y verdes que parece esponjosa y cálida. El brazo derecho se le pega al cuerpo como si tuviera un imán en las costillas y la mano se retuerce, crispada, en un ángulo casi imposible. En la comisura de los labios, ligeramente desviada hacia la izquierda, brilla un hilillo de baba. El ventanal se abre a un jardín frondoso y asombrosamente verde. Está lloviendo.

Una mujer de unos cincuenta años, menuda, con el pelo recogido en un moño bajo, entra en la habitación sin hacer apenas ruido y se acerca al anciano.

—Don Hilario —dice agachándose frente a él como si quisiera asegurarse de que la ve—, ha llegado el doctor.

Casi al mismo tiempo, el doctor entra por la puerta, se acerca al ventanal y se sienta en un sillón idéntico al que ocupa el hombre. La mujer se retira.

—Un día magnífico, Hilario —dice el doctor palmeando el brazo izquierdo del anciano—: no hace calor, el aire está limpio y por fin llueve.

Suspira y saca una pipa del bolsillo derecho de la chaqueta. Luego saca del izquierdo un paquete de tabaco y empieza a llenar la cazoleta lentamente, con parsimonia, como si cada movimiento exigiera una precisión casi científica, como si siguiera un estricto ritual.

—He recibido los resultados de los análisis y del scanner que te hicimos la semana pasada, Hilario —dice mientras enciende la pipa y aspira varias veces para asegurarse de que el tabaco prende bien—, y me alegra enormemente decirte que estás sano como una manzana...

Palmea otra vez el brazo del anciano. Éste gira la cabeza y le mira con expresión indescifrable.

—... porque eso quiere decir que…

El hombre retira el brazo con un movimiento que quiere ser brusco y con una crispación apenas perceptible en el rostro.

—Compréndeme, Hilario —dice el doctor arrellanándose en el sillón y lanzando al aire pequeñas nubes de humo blanco y oloroso—. Nunca le deseé mal a nadie pero... contigo he hecho una excepción. No puedo perdonarte lo que le hiciste a Catalina —Hace una pausa y mira de reojo a su silencioso interlocutor—. Yo la amaba, ya sabes. Tú... no sólo me la quitaste, además te dedicaste, durante años, a hacerla desgraciada. Hasta que ella no pudo soportarlo más y desapareció de tu vida y de la mía.

El doctor levanta los ojos hasta el techo con gesto tranquilo y fija la vista en las volutas de una moldura.

—De modo que, mi querido amigo —continúa con voz lenta, un poco ronca—... yo seguiré viniendo a verte cada día para interesarme por tu salud pero, sobre todo, vendré para contarte lo hermosa que es la vida ahí fuera; para consolarme viendo cómo, inválido y mudo, te consumes en esta casa desangelada. Vendré, en suma, para amargarte los días que te quedan. Y teniendo en cuenta lo bien que te cuido—el doctor sonríe ligeramente—, espero que sean muchos.


6 comentarios:

  1. Pobre consuelo. ¿Compensará la satisfacción de la venganza el dolor de la pérdida de quien amó? Me ha gustado mucho.
    Un abrazo.

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    1. Al doctor se ve que sí le compensaba, Josep.
      :-)
      Otro abrazo para ti, y gracias, siempre.

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  2. .
    ¿No leí este bien servido plato frío en nuestro Patio? ¡Ah! A los buenos patienses se les nota su especial impronta a 100 km de distancia, algo como haber sido interno en el Eton College o en la Harvard University.
    Cienes siempre.
    :-)

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    1. En efeto, Sap, allí lo leíste. Eso te ayudará a hacerte idea de su antigüedad.
      Sí, Harvard, ¿cómo lo has sabido?
      :-)
      Cienes, sevillano de mis amores.

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  3. Con alevosía y premeditación… y no lo digo solo por el médico. Hay que ver cómo me has engañado. Me encanta esta venganza, es genial e imaginativa.

    Besos y abrazos.

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    1. ¿Te engañé? Qué bien.
      Gracias, niña dulce, besos (muchos)

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