Seguro que si lo recordáramos estaríamos de acuerdo con él.
UN DÍA PARA OLVIDAR
Ha sido
el peor día de mi vida. Yo estaba tan tranquilo, tan calentito, con el estómago
lleno, mirando alrededor y moviendo las manos de vez en cuando, que es algo que
me distrae muchísimo y me fascina porque solo tengo que pensar, por ejemplo, “estírate,
dedo gordo” y el dedo gordo se levanta y sobresale de los demás y es una gozada
ver cómo obedece, bueno, y también los pies, aunque esos dedos aún no los tengo
dominados, uno de los pequeños se me resiste y por más que piense no consigo
moverlo.
Decía
que estaba tan entretenido con mis ejercicios cuando, de pronto, sin avisar,
empezaron a empujarme el culo. Protesté, claro, pero ni caso. A los cinco
minutos… otro empujón. Y a los cinco minutos… otro. Y cada vez eran más
fuertes. Yo ya había visto el agujero y me había preguntado a dónde llevaría
pero, la verdad, no tenía la menor prisa por averiguarlo, pero me fijé en que
se hacía cada vez más grande y los empujones me llevaban hacia él así que, como
nadie hacía caso de mis protestas, decidí que lo más prudente era colaborar con lo inevitable y
si había que salir por el agujero, pues se salía.
Me
costó un triunfo, que no piense nadie que ha sido fácil; además, hubo un par de
momentos que me mareé porque parecía que me faltaba el aire y se oían voces muy
raras a lo lejos. Yo creía que el agujero llevaría a un rincón parecido, suave
y cálido, pero estaba muy equivocado. Cuando llegaba casi al final, noté que me
agarraban del cuello y tiraban, y me daban media vuelta y volvían a tirar. Qué
sensación más desagradable, por Dios, ¿a nadie se le ha ocurrido la forma de
evitarla? Es que parece que te van a arrancar la cabeza, en serio. Grité del
susto y, de pronto, noté una cosa muy rara que me llenaba el pecho pero nadie
pareció alarmarse. Lo que vino a continuación no fue mucho mejor. Me levantaron
en vilo y me dejaron caer sobre algo desconocido que era blando, eso sí, y me
cubrieron con una cosa áspera que no me quitaba el frío tremendo que había
sentido nada más salir, y casi enseguida noté un roce en la cara y una mano que
me agarraba las pelotas y un brazo que me apretujaba y oí una voz que me
resultaba familiar y decía cosas que no entendí aunque, menos mal, sonaban
agradables. Luego me pusieron sobre una superficie dura y me metieron un tubo
por la nariz y por la boca. Yo protesté y cerré fuerte los ojos, me daba miedo
mirar, pero me los abrieron a la fuerza y me echaron unas gotas. Lo que atisbé
no me tranquilizó nada: mucha luz, mucho ruido y, por si eso fuera poco, algo
áspero frotándome todo el cuerpo sin ningún cuidado. Ni me atreví a levantar
las manos para jugar a mover los dedos, cualquiera se arriesgaba, ni protesté,
no me volvieran a meter el tubo por algún agujero nuevo.
Me
quedé quieto, esperando acontecimientos. Al poco, me quitaron de encima aquella
cosa áspera y empezaron a taparme con otras que eran un poco más suaves, pero
ni punto de comparación con la comodidad del rincón, tan blando, tan tibio.
Volvieron a dejarme sobre una superficie plana y noté que me tapaban hasta la
cabeza, empecé a sentir un calorcillo muy agradable en los pies y me di cuenta
de lo cansado que estaba.
Estaba
quedándome dormido cuando, de pronto, sentí que algo viscoso y caliente salía
de mí y se me pegaba al culo. Otra sensación espantosa y ya iban dos. Esta vez
sí protesté, y procuré hacerlo con fuerza, para que se notara mi disconformidad
con todas aquellas cosas desagradables que me estaban pasando. Necesitaba que
alguien me quitara aquella plasta que se me había adherido a la piel pero, en
vez de eso, conseguí que me izaran en el aire y me dejaran caer otra vez sobre
la cosa blanda y luego, después de varios meneos, noté un roce en los labios.
Sin darme cuenta de lo que hacía, abrí la boca con ganas y agarré aquello que
se movía delante de mis narices y empecé a chupar. Algo me decía que aquella
maniobra iba a tener un resultado gratificante pero, después de insistir varias
veces, comprendí que la tarea era inútil, allí no pasaba nada.
No sé
el tiempo que llevo aquí metido pero se me antoja mucho. Al final conseguí que
me quitaran la pasta pegajosa del culo pero, desde entonces, nadie me ha hecho
caso. Estoy tan cansado que no tengo ganas ni de protestar así que voy a dormirme.
Espero que mañana todo sea mejor. Jugaré a levantar el dedo gordo, intentaré
mover el dedo pequeño del pie, insistiré a ver si consigo sacar algo cuando
chupe y trataré de olvidar este día horrible.
¡Que maravilla, Vichito! Eres única moviendo los dedos para que salgan lindas cosas de la sesera. Nada de hadas y cuentos chinos, la verdad supera a la ficción.
ResponderEliminarUn abrazo grandote.
Gracias, Rosa preciosa. Ya sabes que me gusta darle la vuelta a las cosas, mirarlas desde otras perspectivas.
EliminarUn abrazo enorme.
No hay nada más entretenido e instructivo que leer el diario de un neonato. Ésta ha sido mi primera (y seguramente última) experiencia y me ha encantado.
ResponderEliminarUn relato estupendo.
Un abrazo.
Es sorprendente lo que piensan, ¿verdad?
Eliminar:-)
Gracias por leer y por comentar, Josep.
Un abrazo muy grande.
¡Estupendo relato, hermana! Siempre que estoy cerca de un parto pienso qué se sentirá al nacer, y luego (inmediatamente) me digo que por fortuna lo olvidamos: el tránsito no debe ser muy amable, aunque tú le pones toda la amabilidad posible :)
ResponderEliminarMe he encantado este parto narrado por el protagonista más pequeño.
Abrazo enorme!!!
(Y tercer intento de entrar en esta tu casa)