Dolo Espinosa nos hizo recordar sabores y yo me acordé de esto.
Imagen tomada de www.pasteleriafrias.es
BAMBAS DE NATA
No recuerdo
exactamente cuándo recuperé aquel sabor, lo mismo pudo ser hace quince años que
hace veinte, pero cuando ocurrió sentí
la misma alegría que se siente cuando se encuentra una pieza clave del puzzle, la
emoción de rescatar del deterioro una secuencia de la película de mi vida. Me
viene a la cabeza el nombre de “Atocha”, pero tendría que preguntarle a mi
madre si, en efecto, ese era el nombre del hotel en el que nos alojamos unos días,
antes de seguir viaje a la que acabaría siendo nuestra segunda tierra.
De la mano de aquel sabor, como se enganchan las
cerezas al sacarlas del cesto,
aparecieron los recuerdos que estaban escondidos bajo varias capas de
tiempo y de olvido involuntario: lámparas
de cristal de luz amarillenta que iluminaban un hall con tresillos de cuero, el
mostrador de recepción, alfombras, moquetas; unos pantalones de pata de gallo y un jersei
marrón con tres pequeños dibujos alpinos sobre el pecho, un esquiador, dos abetos, puede que el tercero
fueran unas cumbres nevadas; el botones del hotel que me decía que estaba muy
guapa mientras yo agachaba la cabeza y miraba al esquiador muerta de vergüenza;
el cuarto de baño en el que mi madre me enseñaba a usar el cepillo de dientes;
el oso de peluche relleno de migas de corcho, tan grande como mis tres años,
que me miraba con curiosos ojos de vidrio color café con leche. Y el comedor.
Yo sentada a la mesa, mi madre a la
derecha, mi padre a la izquierda, tal vez leche o chocolate en el desayuno (seguro
que chocolate, nunca me ha gustado la leche) y aquel sabor, untoso y dulce, que
recuperé muchos años después al comer una bamba de nata, versión castiza de la
magdalena mojada en té.
Y mientras, a trescientos cincuenta kilómetros,
las calles de la ciudad que habíamos dejado para ir a vivir a la que acabaría
siendo nuestra segunda tierra desaparecían bajo el agua de un Turia súbitamente
embravecido.
Delicioso relato, tan delicioso como la bomba de nata y tan grande como un oso de peluche a los tres años.
ResponderEliminar¡Besos, paisana!
Hay una foto por ahí, bastante mala, pero vale como documento gráfica. Yo tengo un gesto rarísimo, con los ojos cerrados y la cabeza vuelta hacia la derecha, pero se ve perfectamente que el oso y yo somos del mismo tamaño.
EliminarGracias, paisa, un besazo.
Creo que ya te había dejado mi comentario. ¿Me estarán haciendo el boicot? Lo mismo me ha pasado con Cris F., hace un momento.
ResponderEliminarDecía que mi dulce recuerdo infantil era el del paseo de los domingos y la pastelería "La moderna", ya desaparecida al igual que el tipo de bollo; una media luna rellena de crema y espolvoreada con azúcar glasé, eran muy chics, para ser una panadería de barrio.
Pedro, no es lo mismo una "bomba" que una bamba. ¡Ja,ja,já! Las teclas nos juegan malas pasadas.
Felicidades, como siempre Fefa y un fuerte abrazo.
Nuestra infancia está llena de olores y de sabores. Recuperar alguno de ellos es como volver a vivir.
EliminarUn abrazo enorme, Rosa preciosa.
Creo que ya te había dejado mi comentario. ¿Me estarán haciendo el boicot? Lo mismo me ha pasado con Cris F., hace un momento.
ResponderEliminarDecía que mi dulce recuerdo infantil era el del paseo de los domingos y la pastelería "La moderna", ya desaparecida al igual que el tipo de bollo; una media luna rellena de crema y espolvoreada con azúcar glasé, eran muy chics, para ser una panadería de barrio.
Pedro, no es lo mismo una "bomba" que una bamba. ¡Ja,ja,já! Las teclas nos juegan malas pasadas.
Felicidades, como siempre Fefa y un fuerte abrazo.