O cualquier tiempo pasado fue anterior, que dirían nuestros admirados y queridos Luthiers.
Me estrené en el Tintero, hace más de diez años, con este relato. No tuvo demasiado éxito pero, como le pasaba a Jaimito con el amoníaco, a mí me gusta. Será pasión de madre.
NOSTALGIA
Dicen que la nostalgia no es buena, que no conduce a nada porque nos ata al pasado y no nos deja ir más allá. Dicen que hay que mirar hacia adelante porque la vida, querámoslo o no, sigue su curso y hemos de buscar nuestro hueco en el futuro. Pero yo estoy segura de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y nadie puede convencerme de lo contrario.
No puedo evitar que se me llenen los ojos de agua cuando recuerdo los tiempos felices. Entonces salíamos de casa temprano y podíamos pasar el día en el monte jugando, tomando el sol, cuidando de los pequeños, comiendo, charlando de nuestras cosas. Volvíamos tranquilamente a casa al anochecer, disfrutando el camino de regreso, con ese grato cansancio que nos gana después de haber pasado un día lleno de pequeñas alegrías.
En invierno, si había mucha nieve, nos quedábamos en casa, pero Miguel y Trini se ocupaban de que no nos faltara nada. Era un poco aburrido a veces pero nunca faltaban cosas que hacer y cosas de las que hablar: las vecinas, que tenían un macho nuevo muy bien plantado; el carpintero, que había venido a arreglar la cerca; los pequeños, que crecían como la mala hierba... De aquellos tiempos recuerdo, sobre todo, el calor que nos abrigaba, cientos de olores y, más que nada, el sabor de la comida.
Todo se vino abajo cuando Miguel enfermó. Le habíamos echado de menos pero no sabíamos qué pasaba. Nos lo contó la Pinta , la cotilla oficial del vecindario: entró dando saltos y agitándose como una loca y con su voz chillona nos gritó que había visto a Miguel en la cama y que Don Antonio, el médico, había estado en la casa. Enmudecimos y el silencio que cayó sobre nosotras me pareció un mal presagio.
Unos días más tarde, al anochecer, el Párroco vino a la casa. Llevaba algo tapado en las manos recogidas sobre el pecho y el monaguillo lo seguía en silencio. Cada tanto, el muchacho hacía sonar una campanilla. El domingo la casa se convirtió en un ir y venir constante de vecinos que no cesó ni durante la noche. Incluso llegaron coches de la ciudad. El lunes por la mañana vimos cómo sacaban el ataúd. Lo llevaban a hombros entre los tres hijos de Miguel y Federico, su mejor amigo.
Y a partir de ahí empezó nuestra desgracia. Poco tiempo después llegaron unos hombres bruscos y malhablados que, a empujones, nos hicieron subir a unos sucios camiones en los que apenas cabíamos. Salimos del pueblo y, después de muchos kilómetros (la Morucha se mareó nada más salir, la pobre era muy mayor para semejantes vaivenes, y la Canela , preñada como estaba, se pasó todo el viaje vomitando) llegamos a este rincón del mundo y nos encajonaron en este cuchitril miserable.
Ya no hablamos de nuestras cosas porque nos han separado tanto que tendríamos que hacerlo a gritos. Además, ya no nos apetece como antes. No salimos a pastar, casi no vemos la luz del día y a los pequeños se los llevan a las pocas semanas de nacer. No hay más olores que los de nuestra orina y nuestro estiércol, nos ponen bloques de sal para que los chupemos, bebamos más agua y demos más leche, y nos echan de comer una porquería granulada en la que no hay ni rastro de hierba. Es más, me ha parecido percibir en ella un olor parecido al que se desprende de los recién nacidos y las placentas.
A mí también me gusta.
ResponderEliminarNunca habría imaginado ese final.. Eres estupenda.
Fue mi estreno en el Tintero y pasó sin pena ni gloria.
ResponderEliminarPobres vacas mías...
Me alegra que te guste, preciosa.
Pues hija, a mí me parece delicioso. La que es buena es buena, ahora y hace diez años. Ya me gustaría a mí escribir uno de estos todas las semanas.
ResponderEliminarMe sigue regustando¡¡
ResponderEliminarGracias, reina de picas. Veo ahora que no os contesté a ti y a Frida en su día y me siento avergonzada pro mi descortesía.
EliminarPero me perdonáis, ¿verdad?
Un abrazo muy grande.
No es porque me gusten las vacas o porque sea tu fan. Puede ser que no se detuvieran demasiado, sucede en ocasiones y en ese caso queda el regusto de si estarás equivocada, pero no, me ha gustado esta nostalgia.
ResponderEliminarBesitos.
Rosa preciosa, la "fanicidad" es recíproca.
EliminarGracias por venir.
Besos.
No lo había leído. Me ha encantado pero me ha dejado un regusto amargo.
ResponderEliminarPobres vacas...
Pues sí, Marga, pobres vacas. Y pobres pollos y pobres cerdos y pobres conejos. Necesitamos matar animales para alimentarnos, eso está claro, pero hemos olvidado la forma digna de hacerlo.
EliminarGracias por leer y por comentar, cariño.
Un abrazo muy grande.